TRANSFORMA,
el imperativo de una acción, de una palabra, en tiempos de crisis moral en
México
Cuando una gran transformación se
realiza en la condición humana, trae
siempre consigo un cambio gradual en las ideas.
Hippolyte
Taine[1]
En
pleno siglo XXI la publicación de una revista, de un libro, siguen siendo una
suerte de privilegio si consideramos que por desgracia nuestro país, México, no
se caracteriza precisamente por el aprecio absoluto ante los proyectos
culturales. Los mexicanos tampoco hemos corrido con la suerte de tener
gobiernos que se distingan por su pasión ante la cultura, ni por fomentar como
carácter primario del sistema educativo que nos sostiene el hábito de la
lectura, mucho menos la capacidad del análisis ante el conocimiento adquirido,
o de la necesaria argumentación con miras a posicionar los pensamientos y
criterios propios, entre otros aspectos. La realidad es triste, muy triste,
pero sin duda callando jamás resolveremos nada, antes bien sólo nos convertimos
en cómplices por omisión, para luego quejarnos como si ello no nos atañera. Y
si ustedes creen que dentro del ámbito universitario (al cual pertenezco) la
realidad es otra, podrá sorprender a quienes hoy me leen que les diga que sí,
pero no tanto como lo deseamos quienes tenemos o tuvimos la suerte de pisar esos
recintos.
Como
profesionista, como académica, como investigadora, como humanista, padecí,
lamenté, y combatí en medida de mi posibilidad la marcada tendencia que se dio
a lo largo de algunas administraciones de la institución donde me formé y presté
mis servicios, el viacrucis que
significaba aterrizar el conocimiento en publicaciones. Más de uno lamentamos el
que se invirtiera fuertemente en infraestructura, pero no del mismo modo en
publicaciones; más de uno lamentamos hallar frente a nosotros a compañeros
académicos que portaban su rimbombante título de investigador, pero que jamás
publicaron una cuartilla, ni se esmeraron en ello; más de uno demandamos que el
material más importante de una universidad es el material humano y la calidad
del mismo, y que cuando el ser muere queda su obra, misma que será el legado
mayor para las generaciones venideras. Hoy alejada ya de ese escenario espero
que las cosas hayan cambiado, y que la sensatez camine por los pasillos y
cerebros de quienes habitan sus espacios.
Lo antes dicho pretende ser mi
preámbulo para manifestar el gran placer y beneplácito que siento al saber del
nacimiento de TRANSFORMA, revista cuyo nombre no puede ser más atinado, y cuya
presencia no puede ser más anhelada en estos oscuros tiempos que nos está
tocando vivir en el país. TRANSFORMA es más que el nombre de un proyecto; es,
espero, un compromiso que magnánimamente se abre en tiempos de escozor para
resarcir un poco las heridas de la ignorancia; con valentía aparece cuando los
ríos están revueltos, cuando las aguas turbias les arrebatan su claridad
impidiéndonos asir con certidumbre los planes y proyectos que nos abran los
hacia dónde, bañados de mayor certeza. TRANSFORMA es ese espacio esperado,
anhelado, obligado, moral, que necesitaba nacer para ayudarnos a desbrozar los
terrenos áridos que pisamos, y que nos duelen; TRANSFORMA nace en una cuna
especial del escenario nacional, y sus creadores me han convocado para permitirme
ejercer a través de mis letras mis posturas críticas frente a lo que hoy ocurre
en el país. Esta participación me permite, según entiendo, tocar desde la
crítica constructiva el asunto de la decadencia de valores que hoy padecemos
como sociedad, o relativo a la gravedad de la politiquería farsante que se
yergue cada día con mayor desprestigio ante los ojos propios y ajenos; me
permite empujar y/o apuntalar un espacio urgente y necesario destinado a la
construcción de la conciencia social que tanta falta nos hace como fundamental
punto de partida para generar desde abajo, desde la ciudadanía, el cambio y la
verdadera transformación del país, entre muchos otros temas que a lo largo de
mi presencia en TRANSFORMA espero tocar.
Esta
revista me permite asimismo saludar con un fraterno abrazo a las comunidades
que se albergan en la región Mixteca, en la Cañada, en la Montaña, en el Valle
y en la Sierra Negra de Tehuacán, Puebla, y por supuesto a todos aquellos
lectores y comunidades hermanas a las cuales se pueda llegar. Creo que este
proyecto debe albergar en tiempo futuro el ensanchamiento del territorio frente
al cual urge acercar la palabra distinta, quizá fresca, contemporánea, no
indulgente, pero sí informada y sin duda comprometida con el pueblo, con la
educación ciudadana del pueblo, cada vez más necesitado de ser educado para
alcanzar por sí mismo la libertad de su pensamiento y de sus acciones.
Advierto
que no será raro que a lo largo de mis participaciones aparezca una referencia
que porto y aporto siempre como uno de los bastiones de mi pensamiento. Me
refiero al pedagogo brasileño Paulo Freire, quien preocupado siempre por la
educación para alcanzar la transformación (la REFORMA), nos legó como una de
sus frases y acciones sustantivas el ver a “La educación como práctica de la
libertad”, entendiendo por ello que sólo la educación puede arrebatarnos de las
garras de la esclavitud mental, porque entre más formación tengamos será más
difícil para los gobiernos esclavistas atraparnos desde la ignorancia. Ante lo
dicho resulta pertinente señalar que cuando hable de educación no me refiero en
sentido estricto y único a la que se da en los ámbitos escolares, ni al
privilegio de la educación universitaria que sólo alcanzan unos cuantos, sino también
a la educación práctica, a la empírica, a la que se da en todo escenario
social, porque el sujeto no sólo adquiere conocimientos, hábitos y habilidades en
la escuela, sino también en casa, y sin duda y de manera importante también en
el seno social; porque el sujeto no sólo aprende para ejercer como futuro
profesionista, sino también para desempeñarse en su día a día a lo largo de la
vida, y jamás, hasta su muerte, deja de aprender.
Múltiples
son los ámbitos que hoy tienen importancia relevante en nuestro aprendizaje.
Pongo un ejemplo: Sabemos que en México se lee poco, casi nada; pero hoy la
gente, mucha gente, millones de personas, están leyendo más de lo que podemos
imaginar, y debemos reconocerlo, pero lo hacen a través de las llamadas
plataformas, como Facebook, por poner un ejemplo. Entonces se lee más, se
escribe más, se aprende más… el meollo del asunto es qué leen, qué escriben,
qué aprenden, ¿argumentan? ¿asumen una postura? ¿repiten? ¿informan? ¿mal
informan? Muchos se conforman con dar un “me gusta”, pero no son capaces de
asumir una postura. Yo he vivido el desencanto por comparación: no pasa lo
mismo cuando subo una información con un comentario crítico (no criticón), a
veces con propuestas frente a asuntos contemporáneos que me preocupan como mexicana,
y recibo unos cuantos “me gusta”, sin comentario alguno, sin mayor
trascendencia; en contraparte cuando comparto algún asunto muy íntimo,
personal, una foto familiar, me llueven los comentarios y los me gusta. ¿Triste?
Sin duda, terriblemente triste porque la indiferencia ante el acontecer
nacional duele.
A
propósito de lo antes dicho me interesa asentar una primera postura: Hoy
resulta recurrente escuchar o leer en muchos discursos y escenarios de la vida
cotidiana la idea de que en casa nos educamos y en la escuela aprendemos. Desde
mi punto de vista esta aseveración no es sino una falacia que de forma conveniente
se maneja porque se quiere adjudicar en forma categórica e irresponsable a los
padres de familia el éxito o el fracaso de las conductas buenas y/o malas de
los hijos dentro y/o fuera del hogar. Esto en parte es cierto, mas por supuesto
no absolutamente cierto. Sin duda debemos reconocer tanto la responsabilidad
como el esfuerzo de las familias que fomentan en sus hijos los mejores
principios y las buenas costumbres, pero no podemos (no debemos) ignorar que
fuera del seno familiar los hijos, y nosotros mismos, sus padres, desplegamos
otros roles, y que sin dejar de ser hijos pasamos a ser amigos, alumnos, trabajadores,
ciudadanos… y que en todos esos escenarios tenemos acciones, reacciones y
responsabilidades, y que en todos ellos también aprendemos y nos dejamos o no
seducir por ciertos comportamientos.
A
veces me pregunto si la sociedad puede culpar del todo a una familia cuando alguno
de sus integrantes decide acabar con su pobreza extrema enrolándose con grupos
delictivos, porque lo que aprende como “Triunfar en la vida” a través de los
medios masivos de comunicación y en la sociedad misma dista mucho de lo que él
ha vivido a lo largo de su vida dentro de su hogar, o porque el éxito para
muchos hoy se mide y se traduce en la palabra TENER, y porque para tener las
palabras PODER y DINERO son fundamentales, DIOSES contemporáneos encargados de
regir la vida de muchos. ¿Qué aprende un sujeto en la sociedad cuando crece
viendo cómo un político es hoy un espécimen que no sirve a la sociedad que dice
representar, sino que antes bien se sirve de ella, y que pese a sus acciones
son pocos, muy pocos, quienes son llevados a la justicia por actos de
corrupción indescriptibles? ¿Cómo un empresario puede ser un ejemplo a seguir por
los jóvenes si por un lado atesora riqueza extrema mientras que por otra con su
comportamiento violenta los más elementales derechos humanos al hacer de sus
trabajadores las eternas víctimas de la explotación laboral? Dicho de otro modo,
los valores enseñados en los senos familiares pueden ser violentados porque la
prédica es una, pero la realidad es otra. Sé que es cuestionable y polémico lo
que digo, pero no lo hago con el ánimo de exculpar a nadie, sino antes bien con
el interés puesto en la objetividad de un análisis sociológico, y quizá como un
reto para hallar correlatos que enriquezcan esta perspectiva con observaciones contrapuestas
y/o complementarias.
Por otra parte mi
observación, mi punto de vista, no
pretende justificar a nadie, más bien aspira a convencer –a convencernos- desde
el trabajo ciudadano, apuntalado por el adoctrinamiento familiar, de que ha
llegado el momento de no permitir más acciones que nos lesionen y derrumben
moralmente, vengan de donde vengan; de que la clase política tiene que ser
removida cuando no está comprometida con el trabajo social en beneficio del
pueblo, de que los gobiernos sean del partido que sean tienen la obligación de trabajar
para todos, jamás para unos cuantos, y de que los delitos se pagan sin importar
quién los cometa, porque el influyentismo, el cuatachismo, la mediocridad, la
incapacidad para, la improvisación, el nepotismo, la desvergüenza… no pueden
caber más en un país donde sus ciudadanos se respetan a sí mismos, sin escatimar
principio alguno. Quiero convencerlos de que ser empresario no es volverse rico
a costa del pobre, sino desarrollar el proceso de venta-compra de manera justa,
entendiendo que el empresario gana, pero no engaña; quiero convencerlos de que
un gobierno no es totalmente responsable de las acciones buenas o malas que
comete, porque al ciudadano le corresponde también la responsabilidad de
vigilar y corregir lo que haya que vigilar y corregir; quiero convencerlos de
que el país no se resuelve en charlas de café, sino en las acciones efectivas
en pos de alcanzar la dignidad humana.
[1]
Filósofo, crítico e historiador francés (1828 – 1983); es considerado uno de
los principales teóricos del naturalismo.
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