martes, 17 de enero de 2017

Las promesas incumplidas


Rosa María Alcalá Esqueda
Hemos iniciado 2017 y el tiempo ya transcurre casi sin darnos tregua como para permitirnos medio asimilar y cerrar todo lo que se vivió en el año viejo. Diciembre es un mes especial porque genera en muchos una serie de sentimientos encontrados: para algunos es una esperanza de renovación, para otros un año más que se va sin ver cumplidas las esperanzas, para unos más la conclusión de un año que aún antes de terminar golpeó su tranquilidad y su esperanza de futuro, todo ello producto de algunos sucesos de gran relevancia que ocurrieron a nivel nacional e internacional en 2016. Este año, pensamos (la ilusión nos lleva a pensar siempre así) ahora sí nos tocará ganar como simples ciudadanos, como eternos trabajadores acostumbrados a abrocharnos el cinturón. Pero el triunfo inesperado (al menos para muchos) de Donald Trump nos bajó la guardia, y nos mostró que la intolerancia y el racismo tienen buena clientela entre los ciudadanos norteamericanos que se creen superiores, o entre quienes compraron la idea de que Estados Unidos es un país en decadencia que debe ser rescatado, porque a su escenario llegó una serie de individuos cuya descripción genérica sólo puede caber en la palabra delincuentes, quienes han herido, manchado y deshonrado a su nación, y peor aún entre quienes optaron por el discurso violento e intolerante del entonces candidato republicano. El triunfo de Trump no es buen augurio para muchas naciones, y para México lo es menos.
Pero como también en casa se cuecen habas, pese a todos los argumentos que el gobierno federal pueda y quiera esgrimir en su favor, estamos en el año de la ratificación de la verdad dicha y advertida por muchos sobre el colapso que podría esperarse tras la aprobación de las famosas Reformas Estructurales; o si se quiere ver de otro modo, estamos en el año de la ratificación de que el prometer no empobrece, el dar es lo que aniquila. Y así, lo prometido tras su acelerada aprobación hoy demuestra que nada, o muy poco, podrían traer de bien inmediato, ni siquiera a corto o mediano plazo, antes bien sí conflictos y descomposición social, misma que hoy brota detrás de muchas paredes, algunas espontáneas y verdaderamente sociales, otras truqueadas por el gobierno fallido de Enrique Peña Nieto. Y como es de esperarse, muchos levanta dedos neciamente enarbolaron y siguen enarbolándolas, pero no porque tengan a la vista los resultados que las justifiquen, sino porque su esfuerzo de levantar el dedo (sólo eso) les dejó gordas ganancias, gracias a las cuales ahora formar parte de la clase rica que puede darse el lujo del despilfarro, mientras el país se hunde cada vez más en la miseria y en la desesperanza.
Nadie en sus cinco sentidos puede entender que para que un país progrese su gobierno debe recortar su presupuesto en materia de salud, educación, infraestructura, investigación y medio ambiente, por señalar los rubros más golpeados; nadie en sus cinco sentidos puede siquiera imaginar que una familia puede soportar la crisis económica en la cual estamos sumidos con un incremento al salario mínimo del 3.9 %. Finalmente me pregunto si no lo más correcto es recortar el presupuesto a los gastos de promoción presidencial, al pago de los magistrados de la Suprema Corte de JUSTICIA, reducir el número de diputados y senadores y sus privilegios, los viajes al extranjero con enorme corte de compañía, recuperar lo robado por tantos exgobernadores, y otros recortes verdaderamente importantes, como los acá señalados.
No creo en la ley anti corrupción, porque ésta inicia de origen violada. Creo más en el esfuerzo personal de cada ciudadano, de cada educador, de cada padre de familia de sembrar en los niños y en los jóvenes a su cargo principios éticos inquebrantables para que en un mañana no muy lejano podamos recordar estos años sólo como una pesadilla que a base de trabajo moral quisimos y supimos superar.